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LA COLUMNA DE GASPAR ALTAMAR G. HOY LA IDENTIDAD GENERACIONAL DEL CIRCO LOS TACHUELAS

Gaspar Altamar Gallegos

Crítico de Arte Circense.

Cuánto tiempo bajo el ardiente sol de verano, tierra descolorida, a tus pies luce esplendorosa la laguna Esmeralda.

Acá se almacenan las huellas de los trenes, desde hace muchos años permanece en silencio, como un cementerio olvidado.

Vienen como en antaño, desde lejos los viajeros a reencontrarse con Los Ángeles, sus camiones de cara pintada, como si fuesen payasitos móviles de metal, sus casitas caminantes de juguetes, vienen lentamente, qué nos traen desde tan lejos.

De pronto ocurre el milagro, se inicia el movimiento, las casitas rodean el entorno, desde el medio una carpa emerge desde la superficie hacia lo alto, abre sus grandes y espaciosas alas, henchida, redonda como la luna, se ve orgullosa como una princesa vestida de blanco, con bandas nupcias.

Poco a poco la vida retorna, en su interior los artefactos se unen para recibir a los invitados, llega la luz, ahora sí desde lo alto un arcoíris con letras luminosas dice: Circo Los Tachuelas.

En tan sólo unos días se ha levantado el palacio, las princesas se visten de gala, los payasos rompen los esquemas de la formalidad, sus caras de tornan coloridas, los acróbatas cubren su musculatura con unas estrechas mallas, una leve pincelada en sus cejas resalta sus miradas, King Kong se despierta después de un largo sueño, el señor Corales prepara su mejor vestimenta.

Todo está preparado, el exterior inundado de gente, una pantalla muestra imágenes de los artistas del Circo Los Tachuelas, miles de luces desbordan su luminosidad en el espacio, la familia unida en torno al circo, los niños sonríen en brazo de sus padres, muchos, pero muchos jóvenes conllevan en su interior el amor por el circo que le han legado sus padres.

Se abren las cortinas, antes nuestros ojos el Tony Tachuela, Gastón Bernardo Maluenda Zúñiga,

He aquí la inmensidad de la carpa de intenso azul, desde lo alto como una cascada fluye serena hasta su cintura. Y al centro, en su corazón, cubierta por la emblemática pista que guarda en sí y atesora los recuerdos de quienes disfrutan de la vida eterna en el circo celestial. Y en su entorno las innumerables familias disfrutan de la historia del Circo Los Tachuelas en una gigantesca pantalla, dialogan, sonríen, abrazan a sus hijos. No hay otro espacio cultural en Chile de integración familiar, como el circo.

Es hora de iniciar el viaje, la claridad se intensifica, se transforma en luciérnagas voladoras de múltiples colores, mágico es el ambiente que recibe a las princesas de la corte del rey León, la danza africana de ágiles y coordinados pasos nos indica la transversalidad que inundará las actuaciones de arte circense.

En la plenitud de esta escena ingresa el señor Corales, don Gastón Maluenda Quezada, chaqueta de frac con ribetes y cordones dorados lo coronan de elegancia, sus zapatos de charol negro brillan como un espejo, pleno en la esfera individual como portador de la identidad de Los Tachuelas que con sabiduría ha transmitido a sus descendientes.

Cada artista desovilla desde su interior mucha energía, dinamismo, hay que darle vida a la pista, que el público se active, de la tristeza a la alegría, desde la inercia a la participación, cada artista celebra con entusiasmo el éxito de su actuación, como si fuese la primera.

Qué sucede, el cielo encendido en su máxima claridad, cómo llegaron a la plataforma los acróbatas del espacio, de cuerpos estilizados, de finas pinceladas, ante sus ojos miles de miradas enaltecidas, al unísono del anuncio del señor Corales, surgen imágenes móviles en el vacío, como el péndulo del reloj van y vienen, flexibles, como una espiga se dejan acariciar por la tenue brisa, cambian la dirección de su viaje, qué suavidad, qué elegancia en su retorno a la plataforma. Son los vuelos de inicio de la troupe de trapecistas del Circo Los Tachuelas.

La escenografía en las alturas, el imaginario árbol genealógico de la familia Maluenda, frutos de la séptima generación inundan el espacio, en la plataforma el trapecista expectante, sus rodillas y cintura levemente doblegadas, su mirada hacia el punto de lanzamiento, ahí viene su cátcher, con tan sólo un sonido de sus palmas le anuncia la salida, ahí va el guerrero del espacio, sus piernas unidas, flexibles, impulsivas y veloces concentran energía, se aproxima a la cima de la carpa, se despliega el retorno con soltura, ahí está en lo alto de la plataforma, sus pies a la altura de su cintura, ahí viene con elegancia, se miran fijamente con su cátcher en pleno viaje, ni un segundo de retraso, el reloj imaginario en sus mentes funciona a la perfección, Alvaro se entrega con ímpetu al espacio, veloz, como si fuese un remolino impulsado por el viento, uno, dos y en el trascurso del tercer giro extiende sus brazos, el cátcher se aproxima, en sus pupilas sólo la imagen del volante, como un rayo le luz llega a sus manos en el segundo exacto lo atrapa con soltura, he ahí el milagro, ahí siguen los vencedores del espacio unidos, hasta que el cátcher lo entrega a su trapecio, dos giros de regocijo para unir sus manos a la barra del trapecio, se quiebra el silencio estalla el júbilo, glorioso extiende sus brazos hacia el público. Alvaro Maluenda Andrich, uno de los mejores trapecistas volantes de Chile y Dani Manzo, experimentado cátcher.

Que nos trae Elías, ahí en el segundo escalón de la plataforma, su rostro erguido, atento, concentrado, se le aproxima el cátcher, fluye el sonido entre las palmas de sus manos, el eco como una ola se esparce en sus oídos, la reacción inmediata lo conduce al vacío, flexiona sus piernas, sus pies extendidos siguen con ímpetu , ahí está en la máxima altura, se inicia el retorno glorioso, sobrepasa la altura de la plataforma, en tan sólo un tic tac del reloj su piernas se ovillan hacia su cintura, observa la ruta imaginaria, hay que volar- se dice a sí mismo- y así es, vuela flexible, con elegancia, se entrega desde lo alto al vacío, esquiva con habilidad a la fuerza de gravedad, primer giro con soltura, su cátcher se aproxima, manos extendidas, mirada fija al volante, ahí viene Elías, segundo giro, extiende sus brazos, su cátcher lo atrapa, retorna la movilidad del trapecio en manos de Elías, deshoja su energía concentrada en sus piernas, arriba con soltura a la plataforma, sube al segundo escalón, cuál triunfador aguerrido saluda y comparte con su público este triunfo. Elías Maluenda Lorca, sigue creciendo como trapecista volante, decidido, valiente, versátil, talentoso.

Aquí en las alturas el azul, el amarillo, el rojo recorren la inmensidad de la carpa, es la hora dice el señor Corales de las princesas del reino, de las mariposas voladoras que con sus alas imaginarias giran ante nuestros ojos. Se desprende de la plataforma, su cuerpo vuela con delicadeza, sus piernas unidas, estilizadas transitan veloces hacia el alto cielo, retorna como si una bruma misteriosa la condujese hasta la cúspide de la plataforma, una dulce sonrisa emana de su rostro, mira a su cátcher, armonía en su vuelo, cruza sus piernas en la barra del trapecio, suelta sus delicadas manos hacia las muñecas del cátcher, cuál rama adherida al árbol continúan el viaje, gira su cuerpo, el trapecio viene solitario a su reencuentro, se adhieren y desliza sus energías a la plataforma. Linda Maluenda Cáceres, trapecista volante, talentosa, se desplaza en el espacio con elegancia, delicadeza.

La primera estación donde la gente detiene su mirada es en la estatua del Tony Tachuela, he aquí sus sueños afloran, Agustín y Gastón, dos de sus hijos, quienes en la pista consolidaron el dinamismo, al extremo de la hiperactividad y de la desesperada tolerancia, una ráfaga de energía, de palabras trizadas y de caídas espontáneas que activaron a la audiencia, más bien acostumbrada, en ese entonces, a la lógica de la argumentación, de la comedia circense.

Tachuela Jr., sigue el ruedo de la pista en su Austin mini, viajero desembocado, sin destino, sin caminos, de dónde viene y hacia dónde va, míralo como sigue conduciendo con su memoria, de pronto queda sumergido en el abandono, siente que el móvil le dice: -¡ Dejadme tranquilo-, queda inmóvil, siente deseos de complacerlo, de reconciliarse, cuál hábil payaso, le baila, mientras el público se divierte, se ríe por el absurdo de la interconexión, he aquí la rebelión de la tecnología, ya no obedece a las órdenes de su amo, se detiene en medio del imaginario camino, sigue, Tachuela Jr. impávido huye, logra subirse por el capó, se cae, se sube, hasta que se reconcilian y siguen su destino. Esta obra de arte circense nos conduce a la dualidad de la risa y la reflexión, llegará el día en que la tecnología nos supere, aspire a su autonomía, a su propia conducción. Elías Maluenda González, uno de los payasos más originales de Chile, dinámico, un maestro del lenguaje no verbal, no tan sólo transmite significados, sino también emociones, es como un payasito de juguete creado para los niños.

La dinámica de los Tachuelas sigue su evolución en las nuevas generaciones, he aquí la llagada de las princesas de la corte del rey León que al ritmo de la danza africana dan la bienvenida a los acróbatas de la nueva generación de la familia Maluenda, la cama elástica, impulsada por Elías Maluenda Lorca, reacciona temblorosa, una seguidilla de impulsos, concentra energía desde sus piernas a sus brazos, erguido su rostro, concentrado, hasta que la aguja imaginaria en su mente le anuncia el inicio; primer y segundo giro, veloces, sincronizados, y a la lona con soltura y elasticidad.

Ahora sí actúan de manera colaborativa, lazos de unidad, de nobles sentimientos, se estremece la lona, Elías reaviva sus movimientos con la calma y elegancia de la danza, el ritmo viene de su alma, se expresa desde la quietud a la celeridad, desde lo alto como una paloma direcciona su vuelo hacia los hombros del rey León.

El rey León, personificado por Álvaro Maluenda Andrich, tenuemente expresa sus primeros movimientos, se intensifica, aún falta altura para tan complejo acto, asciende, desciende, se esfuerza para concentrar energía y altura, las miradas se concentran en la inquietud del acróbata, desde la lona a la mediana y máxima altura, hasta que de pronto estalla en tres veloces giros, viene volando, amigable enlace con la lona, lo impulsa, sigue el viajero hasta la superficie de la pista, ahora en calma con elegancia extiende sus brazos hacia el público.

Se desplaza Linda Maluenda Cáceres, la princesa del reino, hacia las alturas, como el vuelo de una mariposa la acompaña la dulzura, la delicadeza de sus movimientos, surge el ímpetu de la acróbata circense, de la estrella encantada de elegancia, adelante, sigue y sigue, hasta que de improviso invierte su cuerpo en un maravilloso giro y llegada a la lona.

Y todo concluye con Elías, innumerables medios giros entre los extremos de la lona, incentivando la ovación del público.

Ahora sí, las princesas del reino le dan la bienvenida al maravilloso arte del malabarismo, desde lo alto un destello de luces las ilumina, sonríen, la danza se expresa estilizada ante la llegada de Vicente y Diego Ventura González.

Las clavas que estaban en calma se activan, se muestran ligeras, aceleradas, como si una misteriosa energía les diese vida para no dejarlas caer, sosteniéndolas, girándolas como un remolino de papel. Vicente se desplaza con soltura por la pista, desde tres a las cinco clavas luminosas, vistosas, desenfrenadas, las protege, las conduce por el espacio, por la ruta imaginaria, vean cómo se transfiguran como mariposas voladoras.

Diego, su hermano, en su rol de payaso le asigna comicidad a un acto tan estructurado como lo es el malabarismo, rompe los esquemas de la perfección, simula errores, genera efectos de soltura tan necesarios en un acto rígido en lo técnico, pero maravilloso en la figuración creativa.

No hay intermitencia, el malabarista agiliza sus movimientos, sus manos sostienen cuatro pelotas pequeñas de cristal, mirad como transitan veloces, van y vuelve como una diminuta cascada de hilo blanco.

Ahora circulan por el espacio cinco, luego siete aros, uno se libera, huye, desde la cima vuelve y se cobija en su cuello, ahora sí intentará el vuelo de nueve aros, se concentra, algunos los desata a modo de ensayo, ahí van las nueve clavas, pasan y pasan veloces hasta que cada una llega a su cuello.

Y para animar el canto del vuelo, lanza al espacio un sombrero tras otro, vuelven a sus manos, los arriba a su cabeza, los retorna.

Vicente y Diego Ventura González, malabarismo y comicidad, Vicente de coordinada movilidad, certeza, de creativa figuración de los objetos y Diego el payasito espontáneo, hiperactivo, ironiza la formalidad del malabarismo.

El dinamismo en el Circo Los Tachuelas ha trascendido la pista, el proceso de formación también se ha dinamizado en los espacios, en las alturas. Es una organización familiar que forma a sus integrantes en diversas expresiones de arte circense, en concordancia con su identidad, con sus valores.

El

La búsqueda de la nueva generación de los Tachuelas está orientada a expresar el significado de lo humano, deja espacio a la sutil interpretación del espectador, cómo éste reacciona al observar la actuación del payaso Tachuelín. El público se encanta con su actuación, con su canto, pero no deja de entristecerse, de mirar con los ojos del payaso. Joaquín Maluenda González, personifica a Tachuelín, el payaso vagabundo, conlleva en su alma la tristeza, la expresa en su letargo corporal, en su expresión facial, en el contenido de su canción. Una actuación íntegra, afectiva, conmovedora, de un artista de arte circense que entrega todo su talento en la pista.

Giran y giran en el cielo diminutas estrellas blancas, al unísono la princesa acróbata danza en el espacio, tan sólo una cuerda sostiene sus manos, su cuello extendido, sus piernas estilizadas, sus delicados giros, livianos como una pluma volando, que nos trae ahora, tan sólo una de sus manos en la cuerda, que no se hiera su brazo, que siga enaltecida, con la elegancia de la bailarina, cómo gira y gira su silueta, de pronto deja sus manos , se une su pie a la cuerda, gira y gira, ahora su mano la sostiene, su cuerpo como un anillo veloz siguiendo el ruedo imaginario del espacio. Su acto en las cuerdas indianas está revestido de elegancia, una danza en el espacio. Linda Maluenda Cáceres es la protagonista de este maravilloso acto.

Tachuela Jr. no expresa discursos, ni frases, ni palabra, sin embargo, irradia significados, desde su rostro, desde sus manos, desde sus piernas, desde sus pies, el público entiende, reacciona, se activa e interactúan, un movimiento corporal y se desata la respuesta a través del sonido de las palmas, emerge la participación, el ritmo, la energía, el dinamismo fluye espontáneo. La esencia de la dinámica de Los Tachuelas sigue vigente, otra modalidad de expresión acorde con los requerimientos de esta sociedad.

La activación de las baquetas de la batería para despertar al público y transformarlo en un receptor masivo, dinámico, tiene un significado; el tránsito del individualismo a lo colaborativo.

Se anuncia la presencia de King Kong, no tengas miedo, no es el aguerrido gorila de la película de acción que al liberarse de las cadenas logra escapar por las calles de Broadway, sembrando el pánico en la población. Es el gorila que se reencuentra con Ann, apacible, amoroso, tierno.

Las cortinas se abren, un fuerte rugido quiebra el silencio, los oídos expectantes, los ojos concentran su mirada, la bruma en su calma agonía deja ver a King Kong, su figura gigantesca, sus brazos móviles, sus ojos encendidos, rojizos, observan la danza de las princesas del rey León, ruge y ruge apacible, se siente feliz, le encanta el juego de abrir y cerrar sus ojos, sólo quiere agradar a los niños, a sus padres. Así se despide para internarse en la selva.

Una producción creativa, una genial combinación coreográfica con la animatrónica para configurar un acto maravilloso, donde King Kong tiene una actitud consentida, tierna, ante las princesas del reino y el público.

Los Tachuelines, integrado+++ por don Joaquín Maluenda González y sus hijos Joaquín y Alvaro, se nutren del legado de los Tachuela, hiperactivos, opositores, destructores de la formalidad, por la exacerbada movilidad en la pista. Las acrobacias tan formales las traducen en la parodia de roces, de caídas inesperadas, excéntricas o bien el quiebre de la formalidad del matrimonio y la integración de un personaje discriminado, marginado como lo es el vagabundo.

Pitufín, David Barrera Cofré, ante el exacerbado individualismo, en el marco de la desobediencia al maestro de pista, de su informalidad, de quebrar el curso de la producción se apropia de la pista para dejar un mensaje de unidad, de dedicación, de amor a las familias.

Es un payaso inquieto, dinámico, sonoro, se desplaza con agilidad por toda la pista, disfruta de su actuación y representa al Tony Tachuela que fue un eximio interprete de instrumentos de viento, como lo es Pitufín.

La fecundidad desenfrenada desde sus raíces, luego la germinación, el crecimiento de cada uno de sus frutos, luego mostrándose al público, hay un legado, una evolución acorde con los nuevos tiempos, no es suficiente un globo metálico hermético tradicional, hay que darle más dinamismo, incertidumbre, interrogación, el globo tiene que abrirse como las persianas de una ventana, dejar que la luz del universo traspase su centro, mientras que cada uno de sus seres a extremada velocidad en sus motos, giran, se cruzan, aferrándose a la superficie para no caer al abismo, al infinito.

Así, el señor Corales anuncia la apertura, lentamente el globo terráqueo se separa, los ojos de la audiencia se dilatan, sus rostros impávidos, las palabras se ocultan, poco a poco aceleran, cuál torrente imperceptible fluyen a gran velocidad dos motociclista en la parte superior y uno; en la inferior, ahora sí cualquier desvío de ruta sería fatal, no temas, son años de aprendizaje, qué alivio el globo lentamente comienza a cerrar sus cortinas, pero no es suficiente, vamos por más, ahora a oscuras, sin estrellas en el universo, a ciegas los motociclistas giran , se cruzan, hasta que terminan su viaje.

Eximios motociclistas, protagonistas de la Naranja Mecánica; Elías Maluenda González, Elías Maluenda Lorca y Matías Felipe.

Ahí vienen las diez princesas del reino, vestidas de gala, doradas, coronadas, al ritmo de la elegancia y su maestro el coreógrafo don Mauricio Sánchez, que con creatividad diseñó la producción escénica acorde con la obra musical El Rey León y su adaptación a cada uno de los actos de arte circense.

Luego; aparece cada uno de los artistas junto al maestro de pista, don Gastón Maluenda Quezada, es la hora de la gratitud, de las emociones, de las gracias, de la despedida, de los aplausos que como un canto invaden el alma, los espacios.

Se cierran las cortinas, el Circo Los Tachuelas que abriga tantos recuerdos, seguirá su destino, su misión, preservando el legado de sus ascendientes, su identidad, su formación, su actualización, su crecimiento.

El Circo Tradicional Chileno tan sólido como los Alerces de nuestros bosques, vive y seguirá viviendo.

Para el Diario Circense Circo.CL

DESDE LOS ANGELES CHILE: La Columna de Gaspar Altamar corresponsal de La Leonas TV.

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