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EL GLORIOSO CIRCO MARKONIG-Columna de Gaspar Altamar Gallegos
EL GLORIOSO CIRCO MARKONIG
Gaspar Altamar Gallegos
Crítico de Arte Circense.
El verano imaginario, el sol pestañea en la superficie de la laguna esmeralda, el
espejismo de azul intenso esparcido en la superficie blanca de la carpa, es una ondulada
pincelada, luce erguida, fina desde la cúspide hasta su cintura, en lo alto aletean cuatro
banderas de franjas azules y blancas.
El circo ha llegado a coronar el verano, tanto tiempo alejado, la gente se multiplica, miles
de ojos observan este maravilloso mundo, salen todas las sonrisas, el ambiente se llena
de frescura, familias de todas las edades esperan unidas, los niños se abrigan de ternura.
El Circo Markonig, páginas escritas por las generaciones de las familias Arroyo y Rozas.
Vamos a la apertura de este legendario libro, he aquí la historia; ingresamos por un
pasillo de contornos celestes luminosos, ante mis ojos la inmensidad del palacio de
cuatro torres, toda de azul la carpa, en lo alto una cuerda espera a su caminante, una
plataforma solitaria y dos inmóviles trapecios.
De improviso las estrellas luminosas se desprenden e inician su viaje, las miradas se
sorprenden de este universo, las cortinas abren sus alas, emergen hacia la pista cuatro
hermosas princesas, representan la tradición solemne del payaso, sus narices rojas,
como un copo de fuego, su vestimenta colorida, en sus rostros nace la sonrisa, en sus
manos delicadas la sutil bienvenida.
Ahí está en lo alto, tan sólo una cuerda para llegar a su destino, el vacío espera a este
osado caminante, cada uno de sus pasos al ritmo de sus latidos, no tengas miedo, nadie
recordará si desatiendes tan sólo uno de tus pasos o que una calma agonía embriague
tus sentidos. Ahí va, erguido con la barra sostenida, cuál balanza de la justicia le protege
su vida, paso a paso hasta que arriba a su puerto e inicia su regreso. Ahora desafiemos
al vacío, seamos indiferente como si no existiese, extiende su cuerpo sobre la cuerda,
cuál leve movimiento lo dejaría plasmado en la superficie de la pista, son tan sólo diez
metros de altura, no te sientes en la cuerda, hazlo en una silla, he ahí desafiando la
fuerza de gravedad, se sienta en la silla, un leve balanceo, pero no es suficiente, ahora
de pie, el público atónito, el silencio nos invade. No requiere de la visión para caminar
por la cuerda, cubre su rostro con una capucha e inicia su viaje, cada paso en la riesgosa
vida de este caminante puede ser nuestra, nadie está ajeno, la incertidumbre, el miedo
transita en nuestras almas, hasta que glorioso arriba a la plataforma. René Arroyo Rozas,
valiente funambulista; equilibrio en la cuerda floja a diez metros de altura.
Ahí viene el payaso Chicote, colorido su rostro, nariz rojiza, polera de cubos blancos y
rojos, pantalón ancho verde, suspensores naranjos, su peluca rubia cuidadosamente
peinada, de su labios florece la risa espontánea, las palabras recién nacidas para los
niños, a eso viene a repartir la dulzura, pero es inesperadamente interrumpido para
recordarle que tan sólo es un humilde aseador en el circo, no se deja entristecer ante
tan injusto acecho, crea una divertida obra, juega esparciendo con la manguera el agua,
sucede lo inaudito e impensado, desde la superficie de la pista emana un hilo de agua,
la recoge con su mano, se hace sonora como una vertiente viviente, desata su cascada
desde su chalupa, desde su rubia peluca y desde su trasero, lo que genera una ola de
risas.
Chicote, verdadero payaso, colorido, actor en la pista, transita su rostro desde la tristeza
a la alegría, un maestro legendario, auténtico, su voz sonora invade los espacios, el
público detiene con interés su mirada. Si pudiera coronarlo, no lo dudaría, representa
lo más genuino, la identidad del payaso chileno. Manuel Rebolledo, el payaso Chicote,
representativo del circo tradicional Chileno.
Que nos trae esa sinfonía de colores, el espacio se torna amarillo, azul, rojizo, siluetas
esparcidas en la pista nos anuncian la llegada de la princesa del ula ula, sutiles
movimientos de sus piernas se traducen en velocidad en el aro, ahora sus manos, sus
brazos contagian ritmo suave, expresión de una danza de movimientos circulares, de
dos, de tres, de cuatro aros inquietos que van y vienen, de cuánta delicadeza de sus
piernas al deslizarse por la pista, nada se sale de sí mismo, siguen su curso como seres
vivientes. Ahora un desbordante e inmenso aro, como el borde de esa luna tan lejana
llega a su cintura, se sostiene, circula veloz. Alexandra Rebolledo en el juego del ula-ula.
Veloces, como las aspas de un molino giran las tres clavas, tan invisibles como el viento
son las manos del malabarista, perfecta coordinación motriz, desde su mente a sus
manos fluye la mirada, se transmite, creando figuras, imágenes en el espacio.
Es el arte del movimiento delicado, espontáneo, es una perfecta creación que como la
pluma del escritor fluye de esas sagradas manos, no basta con tres, siempre el desafío,
el seguir creciendo, con cuatro y seis clavas, así es, se incrementa la velocidad y la altura,
cambiando la ruta, la conducción, emerge la creación figurativa, que sólo el artista
circense te puede regalar.
Estamos ante un malabarista excepcional, versátil en su especialidad, de las clavas a los
aros, de cuatro a seis anillos giran apresurados en el espacio para dejarlos estacionados
en su cuello.
Uno a uno los sombreros vuelan, desde lo alto me pareció sentir como la silueta
imaginaria de sus manos los conduce al retorno, o bien una brizna mágica, o un soplido
divino los desciende, o un pacto secreto entre los sombreros y el malabarista.
Van y vienen las pequeñas pelotas blancas, desde la cavidad de su boca algún resorte
imaginario las conduce a lo alto, retornan a su nido, continúan en su viaje. Y así emerge
la creación de veloces imágenes, Su actuación se corona de aplausos. Brayan Cornejo,
malabarista, destaca su movilidad, velocidad, precisión.
Ahí viene la princesa sostenida en los pedales del monociclo, de sus brazos abiertos fluye
el equilibrio, la armonía de sus movimientos, sigue su viaje por la orilla de la pista. Es
que el artista de circo es un eterno viajero, su vida es la rueda del monociclo, el reloj
que nunca se detiene, un hacedor de caminos.
Hay que superar obstáculos, a veces detener el monociclo, desviar el rumbo hacia un
mejor destino, seguir como el movimiento de una paloma alejándose de las turbulencia
de las aguas.
Aún no es suficiente, si tan sólo no tuviéramos nuevos desafíos, en mitad del camino se
derrumba el crecimiento, ahora el monociclo se extiende a lo alto y desde ahí la princesa
con la finura de sus pies controla cada uno de sus movimientos, sigue su viaje por el
contorno de esta pista, de esta luna luminosa, retorna de improviso, sus brazos se
balancean, controla la estabilidad, se mantiene el equilibrio, ese equilibrio interior que
tan bien le hace a nuestras vidas. Gianella Arroyo, equilibrio en el monociclo, la da
soltura, finura, elegancia a su acto de arte circense
A los niños les encanta la fantasía, de ahí que las creaciones de Disney han sido exitosas
y el circo tradicional para alegrar a sus preferidos algunas de sus escenas las ha integrado
y adaptado al arte circense.
La representación de la bella y la bestia y el legendario personaje Tarzán, que también
fueron animadas por Disney, adquieren vida en dos expresiones de arte circense; el aro
acrobático y la tela aérea.
En la escena más cálida de la obra, la bestia ya convertida en un ser benigno, baila con
la Bella en el salón del Castillo. La acróbata aérea al desprenderse de los brazos de la
Bestia, se cobija con dulzura al interior del aro, en ese limitado espacio en movimiento,
volando con sus alas sujetas a la finura de la orilla, sus piernas desde el centro de este
universo se extienden con elegancia, desde lo alto mira al infinito presagiando su
destino con quién a futuro volverá a ser el príncipe de sus sueños. Alexandra Rebolledo,
confluye con naturalidad su expresión actoral y su continuidad con las acrobacias en el
aro.
La animación se inicia cuando Kala, después de haber llorado la muerte de su hijo en
manos del Leopardo Sabor, ingresa a la pista con un bebé en sus brazos, lo adopta, le
pone como nombre Tarzán y lo íntegra a la convivencia de los primates.
La segunda escena nos muestra a Tarzán siendo un niño, su adaptabilidad e identidad
propia de los gorilas, su destreza de movilidad en las lianas.
La Tercera escena nos muestra a Tarzán siendo un joven, de figura esbelta y musculosa,
con la movilidad característica de los primates, volando sujeto a las cuerdas, con soltura,
siguiendo con su cuerpo extendido la ruta de la pista, mirad cómo gira, sólo con sus
manos se sostiene, sigue por sobre la pequeña luna roja dibujada ante sus ojos, sólo
desde lo alto, en el espacio, en el vuelo, le afloran sus sueños de jazmines, de ilusiones,
de ser libre como el transitar de las nubes.
Así Tarzán despliega sus piernas a la pista, como si dejase el bosque, las enredaderas y
mirando el infinito emite el misterioso grito. Vicente Arroyo Miquel, un joven artista
circense, la virtud de recrear con dinamismo, realismo a un personaje de ficción inserto
en las acrobacias del arte circense.
Dejad que los niños sea felices, serán los protagonistas de este juego entretenido, todos
desean participar, pero sólo uno será coronado de aplausos.
Es el payaso Globito quien lidera este juego, espontáneo, alegre, vestido como el otoño
de amarillo, tiene esa misteriosa habilidad de atraer al público, de interactuar con
soltura, de sumergirle en su maravillosa niñez.
No debes equivocarte, con tan sólo una palabra debes responder a todas las preguntas
que te realice el payaso Globito, este juego de acierto y errores se torna alegre,
divertido, participativo.
Globito no logra distraer a uno de los niños, no deja de responder «chicharrón», el
público se encanta y lo proclama ganador. Iván Miquel Cubillos, el payaso Globito,
espontáneo, motiva la participación, en especial de los niños, anima con su lenguaje
sonoro, desarticula la abulia y nos lleva a la sana risa.
El payaso ya no es el mismo de antaño, de su voz sonora al silencio, de la actuación a la
interacción, de la piel colorida a la leve pincelada, de la soltura de su ropa a la estrechez.
Es tan sólo la formalidad, el payaso sigue repartiendo alegría, resplandece las almas
sombrías, nos aleja de las vicisitudes de la vida cotidiana, guarda en sí la tristeza, la deja
dormida en su alma, abre las compuertas, salen todas las sonrisas llenas de frescura, la
timidez se quebranta, emerge la felicidad.
La expresión artística de los payasos del circo Marconig se nutre de dos fuentes: la
tendencia característica de los payasos emblemáticos del circo tradicional chileno y las
nuevas generaciones, coetáneas, vigentes a una sociedad marcada por el
individualismo, desde ahí se activan, desencadenan los traumas, conducen al público a
una experiencia social en que todos participan de manera espontánea.
Es un circo tradicional, creado por la familia Arroyo Rozas, en ella confluyen las
generaciones de artistas aún vigentes y consagrados, con los jóvenes y niños.
Así vemos cómo florece el arte circense tradicional con niños y jóvenes en la cama
elástica, de payasitos, acróbatas y trapecistas, que si bien están en un proceso de
formación, presenta un excelente nivel.
Cuando un circo tiene la virtud de tener en su producción trapecistas, significa que han
logrado escalar a la máxima expresión del arte circense, son años de formación, de
entrenamiento, de mucho esfuerzo, de disciplina, de equilibrio interior, es un acto
maravilloso.
He aquí cómo arriban, escalan con soltura hacia la plataforma estos jóvenes trapecistas,
cuánto tiempo, desde niños volando, almacenando energía, caer, caer desde las alturas
a la red, recorriendo tantos caminos invisibles del espacio, entregándose a sus propios
giros, Ahí están alegres, desafiantes, preparándose para iniciar los vuelos, al frente el
catcher, ensimismado, sus piernas desatan la inmovilidad, poco a poco el balanceo
adquiere la justa velocidad.
Como el amanecer, se concentra la claridad, ahora sí, se inician los vuelos de
preparación, cada uno sigue la silueta imaginaria, se extiende, flexibiliza, controla la
salida, el retorno, cambia de posición doblegando sus manos a la barra del trapecio,
aterrizan con soltura.
Ya todo está preparado, el público expectante, en silencio, unos leves movimientos
desde su mano a la barra del trapecio, sus piernas en posición de partida, su mirada
vigilante, el catcher y su gesto imperceptible anuncia la partida, la reacción es
instantánea, se entrega al vacío con soltura, sus piernas flexibles concentran energía, se
extienden hasta la máxima altura, mira como retorna hasta la cima de la plataforma, sus
piernas se doblegan hacia su cintura, se flexionan, su ímpetu veloz la conduce al vacío,
un giro, dos en posición fetal, extiende sus brazos hacia el vacío y en el segundo exacto
el catcher la atrapa, la conduce, la retorna a su trapecio, con suavidad se reencuentra
con la plataforma. Es Sofia Arroyo Miquel, su maravilloso vuelo revestido de delicadeza
y elegancia.
Mujer trapecista, de apacible vuelo, ahí en la estación imaginaria esperando el inicio del
viaje , su delicada mano asida a la barra del trapecio, la acomoda con un leve temblor,
el catcher se aproxima, extiende sus manos protectoras, su voz entrecortada anuncia la
salida, ahí va la princesa voladora, sus piernas juntas y estilizadas llegan a lo alto, no le
teme al vacío, se entrega al retorno, sobrepasa las barras sostenedores de la plataforma
y desde ahí concentra en sus piernas energía, sigue en su mente la ruta, doblega sus
piernas desde su cintura, como el aspa de un remolino se impulsa a la máxima altura, se
entrega al espacio, su cuerpo de extiende en un doble giro, llega apacible a las manos
de su catcher. Gianella Arroyo Miquel, concentra las virtudes, el crecimiento de una
trapecista profesional, el trapecio tan sólo la sostiene, de su cuerpo fluyen con
naturalidad sus movimientos revestidos de elegancia.
Se anuncia el triple salto mortal, el trapecista asciende al tercer escalón de la
plataforma, acomoda las calleras en la palma de sus manos, las afina, al frente su
catcher, gira su cuerpo sujeto a la barra del trapecio, extiende sus brazos, anuncia la
salida, la reacción es instantánea, un leve movimiento, sus piernas juntas, extendidas
transitan por la ruta imaginaria, ahí va el jinete del espacio, veloz, desahogando todo el
esfuerzo en la máxima altura, nada lo detiene, retorna controlando su destino, ahí está
en lo alto de la plataforma, mirando al frente, sus piernas a la altura de su cintura, ahora
sí, concentra con flexibilidad toda su energía, sigue hasta lo más alto, deja el trapecio,
sus manos en la rodilla, que tan veloces son los tres giros, su cátcher llega en el segundo
exacto, en una reacción casi imperceptible lo atrapa, ahí va el padre protector,
conduciendo a su hijo, lo entrega con soltura a la barra del trapecio. Vicente Arroyo
Miquel, un joven trapecista con proyección, con un definido estilo de vuelo, elegancia,
control de su acrobacias en el espacio.
Que maravillosos vuelos hemos vivido, volemos como estos jóvenes, aunque sea en
nuestros sueños, al borde de esta tierra, libres transitando por el espacio hacia la puerta
abierta del vacío.
Ha llegado la hora de la despedida, de dejarnos después de tantas emociones, de tantas
fantasías, de tantas alegrías, de tantas risas sonoras y espontáneas.
Ahí vienen los artistas, las princesas coronadas de blanco, es la escena más emotiva, de
abrazo y de despedida, de aplausos y de decirse gracias, de decirnos que algún día no
vamos a reencontrar.
Así con una gota de alegría y de tristeza dejo este reino.
Se irá el Circo Markonig a otros lugares, en las letras de nuestra memoria
Para el Diario LA LEONA.CL –Gaspar Altamar Gallego Critico Circense y Corresponsal en Los Ángeles Chile